Había un monarca en un floreciente y próspero reino del norte de la India. Era rico y poderoso. Su padre le había enseñado a ser magnánimo y generoso, y, antes de fallecer, le había dicho:

– Hijo, cualquiera puede por destino o por azar, tener mucho, pero lo importante no es tenerlo, sino saberlo dar y compartir. No hay peor cualidad que la avaricia. Sé siempre generoso. Tienes mucho, así que da mucho a los otros.

Durante algunos años, tras la muerte de su padre, el rey se mostró generoso y espléndido. Pero a partir de un día, poco a poco, se fue tornando avaro y no sólo empezó a no compartir nada con los otros, sino que comenzó incluso a negarse hasta las necesidades básicas a sí mismo. Realmente se comportaba como un pordiosero. El rey vestía harapos, estaba sucio y maloliente, en contraste con el palacio esplendoroso en el que habitaba, incluso iba descalzo y ni siquiera lucía ningún adorno real. Su asistente personal, que también lo había sido de su padre, estaba tan preocupado que hizo llamar a Rishi, un sabio que vivía en una cueva en las altas montañas del Himalaya. El sirviente le contó el problema del rey, que aun siendo uno de los reyes más ricos se comportaba como un pordiosero, y lo peor es que no sabían porque su rey se comportaba así. El rey accedió a ver a Rishi, siempre que no tuviese que pagarle, ya que se sentía tan, tan pobre. Cuando estuvo frente a Rishi, el rey no pudo contener su llanto ya que se sentía muy desgraciado y creía que estaba totalmente arruinado, «nada puedes sacarme, porque nada tengo. Incluso cuando estos harapos se terminen de estropear, ¿con qué cubriré mi cuerpo?»

Entonces Rishi entornó los ojos, concentró su mente y como un halo de luz, se coló en el cerebro del monarca. Allí vio el sueño que tenía el rey noche tras noche: soñaba que era un mendigo, el más paupérrimo de los mendigos. Y por ese motivo, aunque era un rey rico y poderoso, se comportaba como un pordiosero. Logró en días sucesivos enseñar al rey a que dominará sus pensamientos y a que cambiará la actitud de su mente. El monarca volvió a ser generoso, pero no consiguió que Rishi aceptará ningún obsequio por tan estimable ayuda. 

Reflexión:

Tal es el poder del pensamiento, así como piensas, así eres. Le damos tanta credibilidad a nuestros pensamientos y a nuestras emociones que le otorgamos el poder de nuestras vidas, sin darnos cuenta de que continuamente estamos haciendo interpretaciones de las cosas que nos suceden. Observa: «me gusta, no me gusta», «esto es bueno, esto es malo», «esto es verdad, esto es mentira»…, todo son interpretaciones. No vivimos la vida tal y como es, sino tal y como somos.

Tratamos de esquivar los conflictos para evitar el sufrimiento, pero por mucho que los evitemos, éstos siempre vuelven, aunque nos cueste creerlo, vuelven o se nos repiten para que aprendamos de ellos. Un día nos podemos dar cuenta de que no hemos vivido nuestra vida, sino que estamos viviendo nuestro pensamiento acerca de lo que creemos que es la vida. Queremos tenerlo todo controlado, ya sea nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestra vida, para que de esta manera nada se salga de la raya, pero la vida no funciona así. La vida está hecha para ser vivida y no pensada y para eso debemos permitirnos soltar el control. La vida, continuamente nos pone en situaciones en la que nos dice que no podemos controlar nada o casi nada. Cuando nos permitamos soltar estas interpretaciones, que emitimos como juicios, podremos ver como nuestra vida nos ama.

«No puedes cambiar tu vida, pero si cambias el modo en que la miras, la vida cambiará»

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